Birdland
Miro al interior de la verja, a través del abrupto sendero. Al fondo, una casa roja flanqueada por enormes árboles. Apenas la puedo divisar con la furgo en marcha. Sin embargo, me detengo unos segundos y vigilo ese idílico rincón. Siempre lo hago, y mi asombro siempre es el mismo.
Al volver a casa, mi padre me ha llamado por teléfono. Nunca lo hace, por no molestar. (piensa que me molesta, y para mi es un regalo escuchar su voz). Dice que ha soñado conmigo, no recuerda el qué, sólo que ha soñado conmigo.
De la garganta ya brotaba el llanto en las últimas palabras antes de colgar. En la soledad del cuarto de baño he vuelto a llorar, y aquí, ahora.
El viento ruge fuera, en un atardecer blanco o gris... como en uno de esos cuadros de Caspar David Friedrich, que no se sabe si está amaneciendo o atardeciendo.
Hoy, lo más bonito del día no ha sido mirar la casa roja.
Al volver a casa, mi padre me ha llamado por teléfono. Nunca lo hace, por no molestar. (piensa que me molesta, y para mi es un regalo escuchar su voz). Dice que ha soñado conmigo, no recuerda el qué, sólo que ha soñado conmigo.
De la garganta ya brotaba el llanto en las últimas palabras antes de colgar. En la soledad del cuarto de baño he vuelto a llorar, y aquí, ahora.
El viento ruge fuera, en un atardecer blanco o gris... como en uno de esos cuadros de Caspar David Friedrich, que no se sabe si está amaneciendo o atardeciendo.
Hoy, lo más bonito del día no ha sido mirar la casa roja.
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